sábado, 26 de enero de 2013

A veces uno se siente...



¡Prisionero de Guerra! Este es el tipo de prisionero que uno menos querría ser, pero sin embargo es un estado de melancolía. Estás a merced del enemigo, le debes la vida a su humanidad, y el pan de cada día a su compasión. Debes obedecer sus órdenes, ir donde te dice, quedarte donde te ordene, estar alerta de lo que le plazca, apoderarte de tu alma pacientemente. Mientras tanto la guerra sigue su marcha, grandes acontecimientos tienen lugar, oportunidades buenas para la acción y la aventura se esfuman. Además los días se hacen muy largos. El tiempo avanza lentamente como un ciempiés paralítico. Nada te distrae. Leer se hace difícil, y escribir incluso imposible. La vida es un aburrimiento desde que amanece hasta que anochece.

Más aún, el ambiente en una prisión, incluso en la mejor regulada es odioso. Los compañeros en este tipo de desgracia pelean por nimiedades y el disfrute que obtienen entre ellos es el mínimo. Si nunca se ha estado limitado y nunca se ha tenido la experiencia de estar cautivo, he de decir que se tiene un sentimiento de humillación continuo al estar encerrado en un espacio estrecho, cercado con barras y alambre, observado por hombres armados, y enredado en una maraña de normas y limitaciones. Definitivamente, odié cada minuto de mi cautiverio más que cualquier otro periodo de mi vida. Afortunadamente fue corto.

Pasó menos de un mes desde el momento en que me rendí como prisionero en Natal hasta que me fugué de nuevo, perseguido pero libre, en el vasto sub-continente Sudafricano. Rememorando esos días, siempre he sentido una pena grandísima por prisioneros y cautivos. Lo que debe significar para todo hombre, particularmente para un hombre con estudios, el estar años encerrado en una prisión moderna supera el límite de mi imaginación. Cada día exactamente como el anterior, con las cenizas vanas de una vida malgastada detrás, y todos los largos años de esclavitud extendiéndose adelante. Por eso, años después, cuando fui Ministro de Interior y tuve las prisiones de Inglaterra a mi cargo, hice todo lo que pude consecuente con la política pública para introducir algo de variedad e indulgencia en la vida de los reos, dar a los cultos libros con los que alimentarles las mentes, diversión periódica de algún tipo para anhelar, recordar y aliviar, tanto como fuera razonable, el duro castigo que, si se lo habían merecido, sin embargo debían soportar. Aunque aborrecía el que un ser humano infligiera penas espantosas e incluso capitales a otros, me aliviaba de la responsabilidad que tenía consolándome a veces al pensar que la pena de muerte era mucho más piadosa que la cadena perpetua.

Estados de ánimo lóbregos invaden la mente de un prisionero fácilmente. Naturalmente, si se le mantiene a una dieta mínima, encadenado en un calabozo, privado de luz y en completa soledad, los estados de ánimo que tenga sólo le preocupan a él. Pero cuando uno es joven, bien nutrido, lleno de vida, incauto, capaz de confabular con otros, estos estados de ánimo acercan las ideas a una solución, y esa solución más que nunca a la acción.  

Créditos: De My Early Life 1874-1904, de Winston Spencer Churchill 
Traducción: Dama



5 comentarios:

  1. ¿Y el mundo interior? A ese nadie puede encarcelarlo.

    Pero lo de tener libros en la cárcel está más que bien.

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  2. Recuerdo que con trece o catorce años la muerte de san Maximiliano Mª Kolbe en Auschwitz (entonces beato) me impresionó profundamente. Aún hoy me admira que en situaciones límite algunas personas sean capaces de hacer brillar la luz a su alrededor... Por eso, "prisionero de guerra" tiene enlace directo en mi mente con aquella escena.

    Del texto que hoy nos ofreces se deduce que Churchill también sacó una buena lección de aquella estancia en prisión, a pesar de los pesares, y, según sus palabras, la puso en práctica cuando tuvo a su cargo las prisiones. Eso es más que inteligencia, sin duda.

    En lo que no estoy de acuerdo es que "escribir en prisión sea imposible"... Grandes obras de la Literatura Universal lo desmienten. Sin ir muy lejos, ¿no nació allí Don Quijote?

    Saludos.

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  3. La vida nos lleva por donde hay lecciones que debemos aprender, lo que pasa es que yo ya empiezo a estar harta de suspender siempre. Y no será por falta de esfuerzo, sino porque no sé qué demonios tengo que estudiar. Voy de flor en flor, probando aquí y allá, pero sin aprender la maldita lección que tengo que saberme para ejercitar mis chakras y pulirme un poco eli aura.

    Que me den un temario con índice, caray, que es lo único que necesito para aclarar mi estudio y aprobar por fin.

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  4. MGae: No es la prisión en sí, sino lo que uno hace con ella ;-)

    S. Cid: Sí, alguien sí puede encarcelarlo y ese alguien es uno mismo, el peor enemigo de todos. A veces el mundo interior puede ser muy peligroso.

    Peeeeeeeeeeeeerooo esta es sólo mi opinión (y la de W. Churchill, jajajajaja).

    Saludos :-)

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  5. "introducir algo de variedad e indulgencia en la vida de los reos, dar a los cultos libros con los que alimentarles las mentes, diversión periódica de algún tipo para anhelar, recordar y aliviar, tanto como fuera razonable, el duro castigo que, si se lo habían merecido, sin embargo debían soportar".

    Todo esto, más de uno en esta época lo ve inadmisible: los reos están en una cárcel, no en un hotel ni en una biblioteca.

    Ni Concepción Arenal ni Winston Spencer Churchill tendrían éxito ahora en una campaña electoral con estas propuestas. Estamos volviendo a los tiempos de Javert.

    Un saludo.

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